Trump y Kim buscan poner fin a la amenaza nuclear en un histórico cara a cara

Se reúnen en un hotel de Singapur. Es la primera cita de un presidente de EE.UU con un líder norcoreano. El eje del diálogo es la desnuclearización de Corea del Norte.


Los dos líderes cruzaron el escenario y llegaron al punto de encuentro en el mismo instante, exactamente en el centro, donde estaba planeado. Se estrecharon la mano por un largo rato, sonrientes, pero con cierta tensión: eran conscientes de que en ese momento habían ingresado en la historia. Así comenzaba este lunes la esperada cumbre entre el presidente estadounidense Donald Trump y el norcoreano Kim Jong-un, quienes llegaron al encuentro en Singapur en un clima de gran optimismo para intentar alcanzar un histórico acuerdo sobre la desnuclearización de Corea del Norte.

Fue la primera vez que un presidente estadounidense se veía cara a cara con un líder de Corea del Norte, un país que hasta hace poco estaba en la lista de enemigos de Estados Unidos por el avance de su programa nuclear y un régimen oscuro y dictatorial. Los tiempos han cambiado y ahora Estados Unidos busca negociar para que el país desmantele su arsenal atómico en forma “completa, verificable e irreversible”. Al parecer –con la dinastía Kim nunca se sabe— Norcorea está dispuesta a hacer grandes concesiones.

El saludo inicial sucedió en una escalinata que daba al jardín del hotel Capella, antiguo comedor de oficiales británicos en los tiempos de la colonia, en la isla Sentosa. Era un escenario austero, decorado con una alfombra roja y banderas estadounidenses y norcoreanas en el fondo. El saludo fue cálido y sostenido. Trump incluso lo tomó del antebrazo y, cuando luego se retiraban por la galería, le colocó la mano en la espalda.


Luego llegaron a un salón rodeado de algunos periodistas. Ambos se sentaron en sendos sillones y Trump comentó: “Es un honor, tendremos una relación fantástica”, dijo. Kim agregó: “Los viejos prejuicios y prácticas fueron obstáculos en nuestro camino hacia adelante, pero los superamos todos y hoy estamos aquí”.

Luego los lideres quedaron a solas, con dos traductores en una reunión que en principio duraría 45 minutos. Allí se intentaría lograr el clima para plantar las grandes bases. Luego ingresarían las delegaciones de cada país para afinar los detalles.

Trump tuvo en esta oportunidad todo lo que le fascina. Fue el centro de la atención del mundo entero, con 5.000 periodistas acreditados en el lugar, y buscaba poner a prueba su supuesta infalibilidad como negociador. Quiere triunfar donde sus antecesores han fracasado.

El estadounidense ya ha conseguido un hito en su presidencia: estrechar la mano de un líder de la familia Kim. Pragmático al fin, no importa que con su gesto haya legitimado a un dictador de uno de los regímenes más oscuros del planeta, que viola los derechos humanos, que lanza misiles por doquier y un paria internacional. De hecho, Trump mismo lo apodaba hasta hace unos meses como “pequeño hombre-cohete” hasta que vio la posibilidad de diálogo y el calificativo viró sin pudores a “hombre muy honorable”.

Como buen hombre de negocios, Trump cree que en su “mano a mano” podrá verificar la confiabilidad de Kim. “Creo que lo sabré en el primer momento” si Kim es serio o no. “Es mi toque, mi sensación”, había dicho antes de la reunión.

Kim ya se anotó un primer triunfo solo con la celebración de esta cumbre. Después de muchas idas y vueltas, incluso una cancelación por parte de Trump, el norcoreano consiguió una foto hablando de igual a igual con el líder de la primera potencia del planeta, una instantánea que le da la legitimidad internacional que buscaba su régimen, aún sin haber renunciado a su plan nuclear.

“Estas conversaciones fijarán un marco para el difícil trabajoque vendrá después”, advirtió antes el secretario de Estado Michael Pompeo, y abrió la puerta a que la desnuclearización se concrete en fases. A cambio, Kim busca alivio para la dura situación que tiene su población por las sanciones internacionales. Y también garantías para la continuidad de su régimen, ya que mira con recelo la experiencia de Libia, que terminó con Muahhmar Khadafi depuesto y muerto.