Cuando la ética forma parte del juego limpio

La decisión del director técnico de fútbol de resignar un gol tiene un valor simbólico de trascendencia que testimonia el estado de la comunidad globalizada.


Hace pocos días el director técnico argentino de fútbol Marcelo Bielsa tomó una decisión que provocó una conmoción allende el ámbito deportivo: durante un partido de la liga inglesa del ascenso, el rosarino ordenó a sus jugadores dejarse marcar un gol en contra para compensar una ventaja obtenida de manera injusta: el partido terminó 1-1 y su equipo perdió así la posibilidad de ascender de categoría. Además de dotar una nueva vitalidad al alicaído fair play inglés, el gesto del "loco" -tal como se lo suele llamar en el ambiente futbolístico- contiene un valor simbólico enorme cuya trascendencia testimonia el estado ético de una comunidad globalizada signada por la mala fe. Habida cuenta del valor metafórico que la distingue, con probabilidad no haya actividad humana que no esté infiltrada por la dimensión lúdica: se habla tanto del juego previo a una relación sexual como del juego de la guerra o la política. Por más que se practique en solitario, la célula esencial del juego consta de un jugador, de un rival -imaginario o no- y de un objeto que no se sabe a quién pertenece. El atleta sabe que compite consigo mismo antes que con nadie por esa marca que premie el esfuerzo de llegar más rápido, saltar más alto o lanzar más lejos, para no hablar del escalador que se "juega" la vida con tal de alcanzar la ansiada cumbre. Ahora bien, las personas suelen decir "no puedo dejar de pelearme conmigo mismo", de hecho los pacientes refieren: "me hago trampa todo el tiempo" al comentar el pesado sentimiento de traición que el obsesivo, por ejemplo, suele experimentar en su constante rumiar. De esta manera, hay juegos viciosos y los hay virtuosos. Si algo introduce un tratamiento que se orienta por la ética del psicoanálisis es la posibilidad de la buena fe: ésa que a un sujeto le permite perder algo para ganar dignidad. La maniobra "en juego" es siempre la misma: salir de la rivalidad imaginaria encerrada en el enfrentamiento en espejo para poner en palabras un objeto tercero -un síntoma/pelota- hasta entonces velado por el reproche del sujeto, sea hacia sí mismo o el Otro. Toda la cuestión está en el monto libidinal que un sujeto está dispuesto a ceder para vivir con mayor bienestar: de esta manera el fair play se extiende mucho más allá del perímetro de una "justa" deportiva. Lo cierto es que si de algo carece el actual escenario globalizado es de fair play y de buena fe. La denominada posverdad, por la cual se puede decir cualquier canallada sin que la misma reporte consecuencia alguna, vacía de contenido al discurso: no hay terceridad posible en el ámbito del cinismo. Así el odio es la traducción inevitable de una feroz rivalidad imaginaria cuya consecuencia más directa es un mundo cada vez más paranoico: soy yo o el Otro, lo cual equivale a decir: soy yo, yo, yo. A poco que reflexionamos advertimos que el oscuro drama de la psicosis reside en la imposibilidad de establecer una terceridad que medie entre el sujeto y el Otro gozador. ¿El loco es Bielsa?